Una disfunción sexual
El orgasmo es maravilloso, sí, pero siempre cuando es fruto de una excitación sexual. ¿Imaginas lo que podría suponer el experimentar de manera incoherente y descontrolada orgasmos en situaciones que nada tienen que ver con la excitación sexual? Pues eso es precisamente lo que les sucede a las personas que padecen lo que se conoce como síndrome de la excitación sexual persistente o trastorno persistente de excitación genital: que puede bastar un movimiento brusco en el autobús o la realización de algunos estiramientos practicando deporte para desencadenar el proceso que las llevará al orgasmo. El ruido que se hace al absorber, el masticar, un silbido… cualquier cosa puede desencadenar ese proceso de excitación sexual cuando la persona padece el síndrome de la excitación sexual persistente.
Esto, que puede sonar, para quien no lo padece, muy divertido, no lo es en modo alguno. De hecho, ese orgasmo que es la respuesta a una excitación genital tan involuntaria como desajustada suele causar a quien los experimenta un gran malestar físico y psicológico y una gran ansiedad que, en algunos casos, puede derivar en problemas depresivos. Para empezar, lo más habitual es que la persona que padece el síndrome de la excitación sexual persistente pierda completamente el deseo sexual y experimente una marcada aversión a la sexualidad. El hecho de que el orgasmo pueda sorprenderle en cualquier situación el día a día, desde una entrevista laboral a una ceremonia religiosa, hace que la persona se aísle y se recluya evitando cualquier contacto con los demás y extremando de manera enfermiza la vigilancia sobre las propias sensaciones.
El síndrome de la excitación sexual persistente no debe confundirse con la hipersexualidad. En el caso de la hipersexualidad, por mucho que la avidez sexual se presente de manera frecuente e intensa, lo hace, siempre, fundamentándose en el deseo. El síndrome de la excitación sexual persistente tampoco tiene nada que ver con la adicción al sexo.
Los primeros sexólogos que estudiaron el síndrome de la excitación sexual persistente fueron la doctora en psicología y sexóloga Sandra Leiblum y la investigadora Sharon Nathan. Ellas fueron quienes, por vez primera, en 2001, describieron este síndrome, al que, en 2003, definieron como “excitación genital intrusiva y no deseada en ausencia de interés sexual y deseo”. Fue finalmente dos años después, en 2005, cuando Sandra Leiblum, realizando una revisión del tema en base a los testimonios recogidos de cientos de mujeres, decidió cambiar la terminología y llamar a lo que hasta entonces se había llamado síndrome de la excitación sexual permanente, Desorden o Trastorno de la Excitación Genital Persistente. Con esta nueva nomenclatura, lo que Leiblum perseguía era no conceptualizar al trastorno persistente de excitación genital como un problema, sino como una incesante generación de sensaciones genitales.
Por otro lado, Meredith L. Chivers y J. Michael Bailey realizaron también un estudio en 2005 en el que demostraron que, después de todo, las mujeres responden a una gama mucho más amplia de estímulos sexuales que los hombres y que su respuesta de excitación es más sensible a las señales de actividad sexual que la masculina.
Causantes del síndrome de excitación sexual persistente
Los estudios que se han realizado hasta la fecha sobre el síndrome de la excitación sexual persistente no parecen arrojar un resultado claro sobre cuáles son los motivos que los provocan. Los investigadores se plantean qué motivaciones cuentan más, ¿las físicas o las psicológicas? Sin que exista, como se ha dicho, una respuesta clara a esta pregunta, sí parece ser que los motivos que provocan el síndrome de la excitación sexual persistente son más de tipo físico que psicológico.
En esta corriente, al menos, parece inscribirse Irwin Goldstein, editor en jefe de la revista Journal of Sexual Medicine y especialista de The Institute for Sexual Medicine. Goldstein apunta que entre los motivos que pueden provocar el síndrome de la excitación sexual persistente podemos encontrar los siguientes:
- Uso de ciertos antidepresivos como pueden ser la trazodona.
- Retirada repentina de selectivos de recaptación de serotonina.
- Presencia de tumores o malformaciones en la zona genital.
- Traumatismos en la base de la columna vertebral o presencia de quistes de Tarlov, que afectan a las raíces nerviosas de esa parte de la columna.
- Variaciones en neuralgias del nervio pudendo, que se extiende por la región pélvica, genital y por el ano.
- Cambio vascular considerable.
- Fluctuaciones de peso.
- Estrés.
Terapia contra el síndrome de la excitación sexual
Para poder vencer al síndrome de la excitación sexual persistente se recomienda ante todo recurrir a una terapia cuanto antes. Esa será la mejor manera de evitar que el trastorno persistente de excitación genital afecte a los diferentes ámbitos (personal, laboral y social) de la vida de la persona que lo padezca.
La terapia deberá potenciar siempre el hecho de que la persona aprenda a aceptar lo que le sucede, a interiorizarlo y a intentar avanzar en la capacidad de disminuir la situación incapacitante que le produce dicho trastorno vital.
Uno de los objetivos que se deben perseguir en toda terapia contra el síndrome de la excitación sexual persistente es el de ayudar a la persona que lo padece a construir una visión positiva de la sexualidad, ya que sólo así la persona podrá tener una vida sexual sana y placentera. Para conseguir dicho objetivo, la persona que padece el síndrome de la excitación sexual persistente deberá aprender a diferenciar la respuesta orgásmica involuntaria y el orgasmo como fruto de los estímulos sexuales buscados y seleccionados.
La terapia, pues, es una terapia integral que, hasta que se conozca más de este trastorno o disfunción sexual, está orienta a aprender a controlar los síntomas.