Predisponer el estado de ánimo
De momento te estás familiarizando con la secuencia de apertura para iniciar una caricia. Ya has visto que puedes elegir entre actuar como activo o como pasivo, como acariciador o como acariciado. También has visto que puedes establecer un tiempo determinado para conectar a través de la respiración oceánica y tras realizar el saludo de corazón que hemos aprendido de las técnicas de relajación y culturas orientales. Esta apertura ritual determinará, de una manera clara, que te desvías del tiempo ordinario del día a día para entrar en otro tiempo más festivo, el del culto a tu propio cuerpo y el de la entrega a su placer.
Otra de las finalidades de esta secuencia que hemos comentado es la de calmarte para, así, establecer la intención que van a tener tus caricias. Es intención tienes que tenerla siempre presente y debes volver a ella siempre que te extravíes en pensamientos que sean ajenos a ese instante que estáis viviendo. Puede que tu intención sea “sentir un flujo de conocimiento” con tu pareja. O que sea algo tan genérico como “quererse más profundamente”. O algo más terrenal como “sentir mejor cada sensación”. Todas y cada una de esas intenciones deben servir de ancla cuando divagues y te escapes mentalmente de las caricias que estés realizando. Recuperar la intención te ayudará a culminar con éxito tu tarea acariciadora.
Convertir nuestra caricia en toque divino sólo depende de nuestra intención, que debe de ser realizada siempre de un modo positivo. Es decir: no dirás, por ejemplo, “no me afectarán estas cosas”, sino, por ejemplo, “me concentraré en la respiración”. Esa intención que debe acompañar y dirigir toda la sesión acariciadora puede ser muda (hecha para ti mismo) o expresada en voz alta (pronunciada para tu pareja). Si se hace de este segundo modo, la potencia de dicha intención es siempre mayor. Es como si se convirtiera en una especie de juramento al que no debe faltarse.
Masaje podal
Nuestros pies están llenos de terminaciones nerviosas que se conectan directamente a nuestros órganos sexuales. Nuestros pies son órganos muy sensibles y eróticos. El simple hecho de acariciar los pies, dentro o fuera de la bañera, ya es encantador y agradable.
Para hacer un masaje podal comienza por poner llenar una pequeña bañera con agua caliente y sales de baño. Coloca dos toallas, jabón y aceite o gel cerca, asegurándote de que tendrás a mano todas esas cosas cuando comiences tu caricia, para evitar pérdidas de tiempo que enfríen el ambiente o rompan el encanto del momento. Coloca almohadas grandes en el suelo para que el acariciado se encuentre cómodo, así como una almohada bajo las rodillas para que pueda apoyar toda la pierna.
Decidid ahora quién será el socio activo, el que acaricie. Pongamos que seas tú. Ajusta el cronómetro para que te avise cuando pasen veinte minutos. Realiza el saludo de corazón. Iniciad la respiración oceánica. Concentraos en el momento que estáis viviendo. Que tu pareja saque los pies levemente del agua, que ya van a empezar las caricias en los pies. Enjabona sus pies con agua y jabón y explora las sensaciones táctiles de acariciárselos bajo el agua. Que vuelva a sacar uno de los pies de la bañera (tu pareja está tumbada dentro de ella) y lo coloque sobre una toalla suave, en alto, por encima de los muslos. Vuelve a enjabonar ese pie. Desliza un dedo entre los dedos de sus pies. Tira con suavidad de esos dedos. Disfruta de la piel resbaladiza, de su tacto húmedo y jabonoso. Que tu pareja meta de nuevo ese pie en el agua y saque el otro. Repite con éste lo que hiciste con aquél. Acarícialo lentamente efectuando largos trazos. Enseña a tu socio a respirar plenamente si su respiración es irregular y superficial. La intimidad, ya lo sabes, se incrementa cuando la respiración de la pareja es profunda y al unísono.
Coloca ahora los dos pies dentro del agua y enjuágalos. Coge uno de los pies, sácalo fuera del agua y envuélvelo con una toalla. Haz lo mismo con el otro pie. Aparta el agua y déjate un espacio libre para poder acariciar a gusto y con calma. Seca el primer pie lentamente, poniendo especial cuidado en el espacio entre dedos. Haz lo mismo con el segundo pie.
Apoya ahora un pie sobre tu muslo. Explóralo ahora con lentitud y fijándote bien. Unta tus manos con loción o aceite de masaje y extiéndelo suavemente por todo el pie, recorriendo con tus manos al mismo tiempo tanto la parte superior del pie como la planta del mismo.