Cada nueva generación que llega al mundo acostumbra a cometer un pequeño pecado de soberbia: el de creer haber descubierto algo que, en verdad, ya existía muchos años antes de que dicha generación ocupara la Tierra. Observamos, por ejemplo, el rostro satisfecho de cualquier cliente de una casa de masajes en la que sospechamos que se practica algún tipo de final feliz e intuimos en la sonrisa y en el gesto complacido de dicho cliente una delectación que viene a decirnos algo así como “tú no sabes lo que es eso”. Y eso, al fin y al cabo, es un masaje erótico: algo tan viejo como el mundo.
Vivimos demasiado envueltos en nuestros tejemanejes de cada día, de espaldas a nuestra propia historia, y, al vivir así, olvidamos lo obvio: que no hemos inventado la sopa de ajo. Por eso de vez en cuando merece la pena detenerse un poco y volver la vista atrás. E indagar. Comprender que el masaje erótico tal y como lo conocemos hoy en día (con su final feliz y todo, con esa eyaculación conseguida por la intervención manual o bucal de quien realiza el masaje) es herencia de prácticas que ya se realizaban hace centenares de años y que fueron evolucionando desde una funcionalidad fundamentalmente terapéutica hasta la adquisición de un carácter eminentemente erótico.
El masaje en las culturas antiguas
Fricciones tonificantes, ungüentos y aceites varios ya se empleaban en el Antiguo Egipto para realizar masajes estéticos. Papiros y jeroglíficos enseñan técnicas de masaje y muestran cómo los sacerdotes realizaban rituales en los que los masajes jugaban un papel estelar.
El libro Kong Fou, por su parte, y recogiendo el pensamiento de Lao-Tse, ya incluía entre sus textos algunas indicaciones sobre cómo realizar un masaje y cómo se debe respirar de una manera adecuada para, más allá del placer, obtener un rédito terapéutico. Ese libro fue escrito aproximadamente en el 2700 aC.
De ese rédito terapéutico de los masajes corporales habla también el Nei-King, un tratado de medicina interna chino escrito por Huong-Ti hacia el 1500 aC.
Fuera de la tradición china también se encuentran referencias, en otras culturas, a las bondades y beneficios del masaje. En la India, por ejemplo, y hacia la misma época en que fue escrito el Nei-King, encontramos los textos del Ayur-Veda, que recomiendan fricciones y frotamientos para aliviar cierto tipo de dolores. La aromaterapia aparece en esos textos como un método para conseguir el bienestar corporal gracias al uso de aceites esenciales en los masajes.
El masaje en Grecia y Roma
Si hay un lugar en el que el masaje comienza a adquirir (o al menos tenemos constancia de ello) una cierta relevancia social, ese sitio es Grecia. Es aquí donde empieza a diferenciarse el masaje estético del masaje terapéutico. Hipócrates de Cos, uno de los padres de la Medicina, desarrolla un trabajo de contenidos científicos centrado en el masaje como método curativo. En sus tratados de medicina y salud se refiere a menudo a la combinación de masajes con aceites y hierbas aromáticas como medio para curar la enfermedad y preservar la salud.
Las unciones con aceite eran, así, habituales en la Grecia Clásica. Se utilizaban como medio para tratar a los atletas que participaban en la Olimpiadas y, a su vez, eran utilizadas por las mujeres que deseaban mantener un cuerpo esbelto y delgado. Autores clásicos de la talla de Homero hacen referencia al masaje y hasta un personaje como Ulises llega a solicitar uno tras batirse contra los troyanos a las puertas de Troya.
Fueron los masajistas griegos (y también los egipcios) quienes, gracias a su perfección técnica, llevaron su maestría a la civilización romana. Allí, en Roma, fue donde el masaje se hizo verdaderamente popular y donde multiplicó sus tipologías. El romano, hedonista por naturaleza, hizo que se potenciara la vertiente erótica del masaje, especialmente en épocas más tardías, cuando las normas de moralidad ya se habían relajado y la sexualidad y los vicios privados de los césares se había convertido en el símbolo de una sexualidad desatada y desinhibida.
Sexo en las termas
Cualquiera de nosotros puede imaginar o recrear una imagen que el séptimo arte ha potenciado significativamente. Esa imagen es la de algún noble patricio romano, en las termas, tumbado sobre una litera o sobre una mesa de mármol, envuelto en vapores, gozando de un estimulante masaje. El cine, autocensurándose en la mayoría de los casos, no acostumbra a mostrar el final de esos masajes. Podemos imaginar tranquilamente al masajista o a la masajista de turno acariciando los genitales del masajeado, o besándolos, o llevándoselos a la boca para realizarle una mamada que pusiera fin al masaje con un orgasmo intenso y copioso.
Fueron muchos los autores romanos que hicieron referencia en sus obras a los masajes, pero fue Galeno, sin duda, quien impulsó de manera decisiva (hacia el año 150 a de C.) los masajes. Médico de gladiadores y seguidor de las enseñanzas de Aristóteles y de Hipócrates, Galeno utilizaba productos de origen vegetal para elaborar sus “medicinas”. Fue al mezclar un aceite vegetal con agua y con cera de abeja como descubrió la manera de elaborar cremas.
Aceites fragantes y cremas eran productos que no faltaban en ninguna terma ni en ningún baño público y el masaje se convirtió en una práctica socialmente transversal. La gozaba el emperador, por supuesto, pero también la gozaba el plebeyo. Eso sí: éste no podría gozar de un desenfreno sexual como el que hizo legendaria la vida privada de emperadores como Tiberio o como Calígula. Cuando uno piensa en estos césares, es difícil olvidar la película Calígula, dirigida en 1979 por Tinto Brass. En esa película pueden verse escenas de sexo explícito: masturbaciones, sexo oral, sexo anal, lesbianismo, incesto… todas las variantes de un erotismo sin barreras que puede dar una imagen, aunque parcial, de lo que eran las costumbres eróticas de la Roma Imperial. Pero eso es otro tema. Lo importante era resaltar que, cuando contratamos los servicios de una prostituta de lujo especialista en masajes eróticos, no estamos realizando nada que no haya existido antes ni estamos transgrediendo barreras morales. Después de todo, el hedonismo es parte del ser humano. Y es bueno que así sea.