Tocar y ser tocado
¿Por qué existe esa necesidad íntima e inapelable de tocar a tocar a otro ser humano? ¿Por qué deseamos brindar lo más íntimo de nosotros mismos a aquella persona que quiera aventurarse por esa intimidad? ¿Por qué ese volverse de tanto en tanto vulnerable? ¿Por qué esa voluntad desesperada de perder nuestro sentido de la separación y de disolvernos, aunque sea por unos momentos, en el conjunto cósmico? ¿Hay manera mejor de alcanzar esa fusión con la naturaleza y con las energías ocultas de la vida que a través del encuentro sexual? ¿Hay algo que nos funda a un nivel tan íntimo con nuestros semejantes como lo hace el sexo?
El trance erótico, el placer que le acompaña y esa suspensión del transcurso del tiempo que le es intrínseco, nos conecta temporalmente con algo que es más grande que nosotros mismos. El gozo de la entrega y el rapto de perderse en el flujo universal son dos elementos que, inherentes al acto sexual, trascienden el mero proceso físico en que se fundamenta. El tacto con la pareja nos convierte en uno. Ese estado de bendición en el que nos fundimos con el universo es perseguido, por muchas personas, a través de muchos caminos. Los hay que buscan la meditación. Los hay que creen encontrarlo en las drogas. Sin lugar a dudas, esta última opción no es, para nada, recomendable. Además: es un camino falso. Las drogas no nos conducen a una fusión con el universo. Las drogas nos conducen a la pérdida de nuestro yo y, en los casos extremos, más habituales de lo que creemos, a la misma eliminación física de nuestro yo: a nuestra muerte.
Sexo y sabiduría
El cuerpo del ser humano está diseñado para vibrar asombrado ante la maravilla del gozo sexual. Con la práctica de la respiración consciente y con la conversión del sentido del tacto en un sentido meditado y pensado, podemos avanzar hacia el objetivo de la dicha. Cuando visitamos un estado de éxtasis notamos cómo nuestra espiritualidad se ha expandido. No estamos acostumbrados a usar el cuerpo como un vehículo de asombro y agradecimiento espiritual. Por el contrario, y luchando contra lo que es natural en él, hemos desconfiado del contacto con los demás y hemos acabado por degradar ese cuerpo diseñado para avanzar hacia lo divino. Reeducarnos para utilizar esa sabiduría innata que habita en nuestro cuerpo es fundamental para poder ser verdaderamente felices.
Poco a poco, afortunadamente, estamos despertando de la ignorancia. El sexo no es sucio. Bueno, quizás sí lo es, pero sólo cuando es bueno, como dijo Woody Allen. El sexo no es algo de lo que debamos avergonzarnos. El sexo es un regalo de la existencia que en modo alguno nos aleja de lo espiritual. Al revés, la sexualidad y lo sensual es un camino fundamentalmente espiritual y así deben entenderse. Para que sea así, es necesario tomar conciencia de la vida a través de nuestros sentidos corporales.
Saber ver, saber oler, saber comer, saber oír, saber tocar. La vida nos ha dotado de cinco sentidos fantásticos que utilizamos a menudo incorrectamente. Nuestra mayor prueba de inteligencia será, siempre, aprender a usar dichos sentidos. Y usándolos correctamente y aprovechando todo su potencial aumentará, irremisiblemente, nuestra inteligencia. A través de nuestra práctica de éxtasis volveremos a toparnos con nuestro más profundo saber. El trance erótico, la sensualidad a flor de piel y la prolongación del estado de excitación antes del orgasmo es lo que nos enseña a sentirnos verdaderamente vivos.
Masaje erótico
Los grandes maestros del masaje erótico lo afirman sin ambages: para alcanzar un estado alterado de conciencia y éxtasis sólo se necesitan dos cosas, una respiración profunda combinada con una buena sesión de caricias y masajes. Así de sencillo. Ése es nuestro derecho adquirido en el momento de nacer. Por eso estamos aquí, en la Tierra.
Otro planteamiento que todo ser humano debería hacerse es, cuando se está en pareja, preguntarse qué se puede ofrecer a esa persona que es nuestra pareja. En la cama, no se trata de hacer, sino de ser. De dejarse fluir. De mostrarse. De ofrecer. En el fondo, en el fondo, no se trata de nuestra pareja. Se trata de nosotros. ¿Qué podemos ofrecer? Si nos planteamos esto, tenemos mucho ganado para alcanzar esa sabiduría que está dentro de nosotros, esperando que vayamos a buscarla.
Todos somos responsables de nuestro propio éxtasis. Y, al mismo tiempo, responsables del éxtasis del otro. Tocando al otro, también nos conocemos nosotros mismos. La alegría y el amor del universo pueden incorporarse a nuestro cuerpo en cada respiración y en cada caricia. El despertar de los sentidos es el mejor de las escuelas posibles para que aprendamos lo que significa estar vivos.