Un elevado porcentaje de mujeres, llegada la hora del sexo, utilizan sus gemidos para excitar a sus parejas. Ésa es una de las conclusiones que se desprenden de la realización de un estudio sobre sexualidad realizado por la marca Bijoux Indiscrets en España. En dicho estudio, titulado Ficción vs Realidad en el sexo se apunta cómo una buena ayuda para alcanzar el clímax es escuchar a la pareja expresar, con jadeos y gemidos eróticos, su propio placer. Así, el gemido, a la hora del sexo, actuaría como una especie de afrodisíaco.
Uno de los mayores enemigos con los que la persona ha de enfrentarse a la hora de disfrutar al máximo de las relaciones sexuales es nuestro propio cerebro. O, mejor dicho: nuestra racionalidad. Poner en modo pausa la parte racional de nuestro cerebro resulta fundamental para dejarse ir y para, en ese dejarse ir, gozar de la intensidad máxima del placer sexual. Una buena manera de poner en modo de pausa nuestra racionalidad es la de jadear o gemir durante el acto sexual. ¿Por qué? Porque al gemir o jadear generamos una ligera hiperventilación y esa leve hiperventilación favorece que nuestro cerebro racional se pare. Por otro lado, el jadeo sexual potencia nuestras sensaciones corporales y hace que nos focalicemos en ellas. Una vez conseguido eso, el gemido acostumbra a brotar de un modo espontáneo.
Símbolo y aplauso
El gemido sexual es, de alguna manera, el indicador de hasta qué punto se está gozando y de qué nivel de intensidad sensitiva se está alcanzando mientras se está practicando sexo. Cuando brota de manera natural y no es fingido, el gemido sexual es el fruto de la combinación de varios factores. La estimulación, la aceleración del pulso y los cambios que la excitación provoca en la respiración de la persona que está practicando sexo serían los tres factores más importantes en la génesis del gemido erótico. Cuanto más apasionado y vigoroso sea el sexo que se practica, más probabilidades existen de que el gemido, de manera natural, brote de la garganta del amante o la amante.
El gemido sexual es, también, una señal que la persona emite a su amante. Con esa señal, lo que le estamos diciendo a nuestro/a amante es que lo que nos está haciendo nos está gustando mucho. Es decir: que siga haciéndonos lo que nos está haciendo y que no se detenga. Al decirlo eso a nuestra pareja de cama estamos, también, inyectando una buena dosis de autoestima en su moral. Dicho de una manera popular: cuando nuestra pareja escucha nuestros gemidos eróticos, lo más probable es que “se venga arriba”; es decir: que se sienta valorada como amante y, por tanto, dé o intente dar lo mejor de sí.
Cuando se analiza la importancia del gemido durante las relaciones sexuales no hay que olvidar nunca que los sentidos tienen su propia erótica y que el oído, al igual que otros sentidos, puede desempeñar (como de hecho lo hace) un papel muy importante en el seno de las relaciones sexuales. Escuchar gozar a nuestra pareja nos excita, sobre todo cuando sabemos positivamente que somos nosotros y lo que estamos haciendo lo que provoca en ella esa reacción de excitación máxima que encuentra su plasmación en el gemido. Muchas mujeres, conscientes de ello y sabedoras del placer que los gemidos eróticos provocan en sus parejas, gimen de manera absolutamente voluntaria cuando practican el coito. Esta “técnica sexual” no es, sin embargo, exclusiva de las mujeres. Según apuntan muchos estudios, los hombres también lo hacen.
El error de fingir
Nuestro consejo, respecto a esta técnica, es que no se abuse de ella. Lo importante, a la hora de disfrutar del sexo, es comunicarse de manera fluida y sincera con la pareja. Esa será la mejor manera de encontrar aquellas prácticas que más hagan gozar a cada una de los miembros de la pareja y, practicándolas de manera apasionada y fogosa, será mucho más sencillo que el gemido erótico, esa perla del sexo, brote de una manera natural y, por tanto, valiosa.
Una perla artificial no podrá tener nunca el valor de una perla real. Eso, a la hora de valorar los gemidos sexuales, hay que tenerlo siempre presente. Después de todo, la otra parte, nuestra pareja, puede, de alguna manera, sentirse ofendida si intuye o comprueba que ese gemido que brota de nuestra garganta, más que resultado sincero de sus dotes amatorias es, simple y llanamente, el fruto de un fingimiento. Y el fingimiento, no lo olvidemos nunca, está ligado, de una manera íntima, con la mentira, concepto que, de instalarse de un modo más o menos habitual en el seno de una relación, tarde o temprano acaba carcomiendo sus cimientos.
Por otro lado, a la hora de valorar el gemido sexual como indicador de placer, no hay que olvidar que, en cuestiones de sexo, nada debe ser sacralizado. Tampoco el gemido. Como acostumbra a decirse, cada persona es un mundo y cada cual vive la sexualidad y la experimenta a su manera. En ese sentido hay que tener presente que en esto del gemido erótico, como en tantas otras cosas, los modelos y cánones publicitados e impuestos por el cine (en este caso el porno) no deberían serlo tanto. Estamos acostumbrados a ver en el cine porno a mujeres y hombres que gimen de manera desaforada mientras practican sexo. La hipervaloración del gemido sexual derivada de los usos habituales del género pornográfico nos condiciona y, de alguna manera, genera en nosotros unas expectativas que, de no cumplirse, pueden derivar en un sentimiento de frustración que, en modo alguno, tendría justificación y que resultaría francamente negativo para nuestra vida sexual.