El mito del cinturón de castidad
No son historia. Son presente. Se pueden encontrar en tiendas de material BDSM y de vez en cuando aparecen en las páginas de los diarios porque alguna mujer (o algún hombre) ha tenido que recurrir a los servicios de un cerrajero o de un bombero para librarse de él. Estamos hablando de los cinturones de castidad, un instrumento de connotaciones casi míticas que parece provenir de los tiempos medievales y de la mentalidad patriarcal y machista de aquellos caballeros que, habiendo de partir a sus campañas militares y a sus cruzadas de religión, pretendían asegurarse el mantenimiento de su honra imposibilitando físicamente la infidelidad vaginal de su mujer.
¿Hasta qué punto este estereotipo del cinturón de castidad como instrumento real y propio de la Edad Media se fundamenta en hechos verídicos? Es decir: ¿hasta qué punto es verdad que los caballeros medievales que debían ausentarse de su casa colocaban a sus mujeres un cinturón de castidad?
La respuesta no está clara. Konrad Kyeser (1366-1405), autor de Belliforti, un tratado sobre el arte bélico y la tecnología militar escrito a principios del siglo XV, los cita en dicha obra. ¿Quiere eso decir que existían y que su uso era habitual? No necesariamente. Hay autores que defienden la teoría de que la referencia de Kyeser a los cinturones de castidad fue una especie de broma que el autor utilizó para aligerar la lectura de un tratado que, por ser absolutamente técnico, podía resultar en exceso arduo.
Estos mismos autores que otorgan al cinturón de castidad un carácter mítico defienden su postura alegando que, de haber existido, habría aparecido alguna referencia a él en las novelas de amor cortés propias de la época o en las obras de los autores que, como Bardello, Rabelais o Bocaccio, se dedicaban a la sátira erótica. Que el cinturón de castidad no apareciera, por ejemplo, en una obra como el Decamerón, que era todo un muestrario de usos sexuales y en el que las historias narradas giran una y otra vez alrededor del tema de la infidelidad y de las artimañas empleadas para engañar a cónyuges o a amantes, hace dudar de su existencia.
Así, se cree que fue en pleno siglo XIX, siglo en que se fundaron y empezaron a llenar de contenido los primeros museos de la tortura, cuando, inspirándose en las ideas míticas recogidas y conservadas sobre la Edad Media, empezaran a realizarse los primeros cinturones de castidad. Hasta el British Museum londinense exhibió, desde 1846, un cinturón de castidad. La comprobación de su falsedad hizo que el museo británico lo retirase de entre sus piezas expuestas.
Cinturón de castidad e higiene
Otra de las razones que nos obliga a pensar en el carácter mítico de los cinturones de castidad y en su inexistencia real es la higiene. Un cinturón de castidad colocado durante tanto tiempo impediría la normal higiene tanto de la vagina como de la zona anal. Dejando de lado el hecho de que las costumbres de higiene de la época no eran las misma que existen hoy en día, lo cierto es que, de haberse producido la acumulación de días y semanas sin lavar zonas tan íntimas y delicadas, el resultado de tal falta de limpieza sólo podría haber sido una: la grave infección de la zona y, por tanto, la llegada de algún tipo de septicemia que, muy probablemente, y ante la falta de recursos médicos y farmacológicos de la época, habría conducido a la muerte de la mujer que llevara durante tanto tiempo colocado el cinturón de castidad. Por no hablar, claro, de las llagas que el roce de las piezas de metal podría provocar cuando la mujer se sentase, se levantase o se moviese.
Si hay alguna época histórica a la que podríamos considerar culpable del arraigo del mito de la existencia de los cinturones de castidad durante la Edad Media esa época es el siglo XIX. Este siglo, profundamente pornográfico como lo demuestran las fotos, las imágenes y más de un libro escrito durante el mismo, fue fundamental para asentar en el imaginario popular la idea de la existencia del cinturón de castidad durante los siglos del Medioevo. Si los hombres del Renacimiento cedieron a la tentación de denigrar la Edad Media para, de algún modo, instalarse en un nivel más elevado de superioridad moral; los de la Ilustración no perdieron la ocasión, igualmente, de darse lustre gracias al recurso, tan viejo como la Historia, de la comparación y el contraste. Así, Diderot incluyó el cinturón de castidad en su Enciclopedia y Voltaire escribió un cuento titulado El candado.
Quizás fue toda esta propaganda la que hizo que, en plena época victoriana (tan turbia y tan hipócrita en cuestiones de moral), se elaboraran unos cinturones de castidad ligeros y refinados. Los cinturones de castidad victorianos podían servir para evitar violaciones, como una prueba romántica de fidelidad o, en algunos casos, para evitar la masturbación femenina, tan mal vista socialmente.
Cinturones de castidad para BDSM
En la actualidad, los cinturones de castidad pueden encontrarse en las tiendas especializadas en la venta de juguetes e instrumentos para prácticas BDSM o para jugar a un juego de rol que sirva para hacer realidad alguna fantasía erótica. Estos cinturones de castidad para BDSM pueden estar realizados con diferentes materiales y tienen género, es decir: los hay para el hombre y para la mujer. Tanto él como ella pueden ser obligados, en aras del buen desarrollo del juego BDSM, a experimentar las sensaciones derivadas de lo que se llama “la castidad forzada”. El cuero, el acero o diversos polímeros ofrecen una calidad que garantiza una buena higiene y una fácil limpieza de los cinturones de castidad para BDSM existentes en el mercado.
Considerado un símbolo de dominación del amo sobre el sumiso, el cinturón de castidad suele poseer un mecanismo de seguridad e ir provisto de dos llaves. Éstas, lógicamente, permanecen en poder el amo, convirtiéndose en símbolo de entrega y sumisión a la voluntad del amo.
En la práctica BDSM, el cinturón de castidad permite ejercer juegos de castidad forzada orientados a intensificar la excitación y la ansiedad sexual y, con ello, la consecución de unos orgasmos más intensos. El terrible y mítico cinturón de castidad se ha convertido, pues, en un maravilloso juguete erótico para animar la práctica del BDSM.