El beso, una cuestión de química
En ocasiones damos por sentado que el beso romántico es la más importante muestra de amor de una persona hacia su pareja olvidando que el beso no es un acto que sea visto del mismo modo por todas las culturas del mundo. En algunas se puede considerar el beso en los labios como una práctica desagradable y sucia. En otras, incluso, se prohíbe y sanciona. Hay estudios al respecto que señalan que existe una relación directa entre la complejidad de una sociedad y el arraigo del beso romántico.
Otros estudios hablan de la relación entre el beso y nuestra condición de mamíferos. Según estos estudios, el hecho de que, antes de que existieran trituradoras y pasapurés, las madres masticaran la comida que después pasaban con su propia boca a sus bebés, ha convertido ese gesto de contactar con los labios en un acto supremo de amor. Esa forma primitiva de alimentación, pues, estaría detrás del origen, por ejemplo, del beso que Rick Blaine e Ilsa Lund se dan en una escena de Casablanca o del que Burt Lancaster y Deborah Kerr se propinan sobre la arena mojada de la playa en De aquí a la eternidad.
Junto a ésta, existe otra teoría que, fundamentada en razonamientos químicos, justificaría el nacimiento del beso con lengua. Esta teoría se basaría en la existencia de la testosterona y la oxitocina. La saliva masculina posee testosterona. Por ese motivo, seguramente, el hombre es más proclive a besar con la boca abierta y a buscar el contacto de las lenguas que la mujer. Al besar de este modo, el hombre intenta incidir sobre la libido femenina. Por otro lado, los besos favorecen la liberación de la oxitocina. Uno de los efectos secundarios de la oxitocina es potenciar el vínculo emocional. Sin embargo, entre el hombre y la mujer existe una diferencia fundamental: en el caso del hombre se libera una mayor cantidad de oxitocina que en la mujer. ¿Qué consecuencia práctica tiene esto? Que la mujer necesita más besos para sentirse “vinculada” que el hombre. Por eso, seguramente, son tan importante los besos y los preliminares en la relación sexual a la hora de conseguir una apropiada estimulación de la mujer y una mayor implicación de ésta en el acto sexual.
Kama Sutra y amor cortés
En cualquier caso, bien sea por motivos nutricionales, bien por motivos de naturaleza química, lo cierto es que el beso como acto enlazado al amor viene de antiguo. Ya en el Kama Sutra, el mítico manual indio sobre el arte de hacer el amor escrito por Vatsyayana aproximadamente entre el 240 y el 550 d.C., se citaba al beso como acto fundamental en el arte del amor. Entendiendo los labios como órganos erógenos muy sensibles, el Kama Sutra destacaba las maravillosas sensaciones que una pareja podía extraer del beso.
Este beso del Kama Sutra, sin embargo, no se desprende de su carácter erótico. El beso en el libro hindú es un beso sexual, un beso que busca incrementar el placer. Esta visión sexual del beso puede contemplarse también en obras de los autores clásicos como Catulo, Homero o Aristófanes.
Vistas así las cosas, ¿dónde deberíamos situar el origen del beso romántico? Los que han estudiado el tema afirman que el origen del beso romántico habría que situarlo en las tradiciones medievales. Exactamente estos teóricos e historiadores hablan del “amor cortés” como de la fuente original de ese beso que no busca en exclusiva la plasmación del deseo sino que se convierte en una especie de declaración de afecto.
Cuando hablamos de amor cortés, estamos hablando de una especie de cortejo que servía para expresar el amor de una forma noble, sincera y, por encima de todo, caballeresca. Esta forma de amar fue inaugurada en ese tiempo y, derivada de unos primeros poemas de contenido altamente erótico, fue refinándose con el paso del tiempo hasta llegar a convertirse en la expresión de unos sentimientos amorosos que raramente podían ser correspondidos, pues siempre estaban orientados a mujeres que, por unos motivos u otros, resultaban inalcanzables.
Fue al abrigo de este tipo de literatura y de los usos culturales que, al parecer, podía dejar traslucir, como apareció dentro de los usos amorosos de los europeos de aquel tiempo el llamado beso romántico. Este beso, señalan los expertos, puede tener algo de revolucionario. En algunos de aquellos romances cantados por los trovadores, el beso era el golpe que los enamorados daban a las convenciones sociales, el estandarte de su rebelión contra el muro que, de una manera u otra, se alzaba entre ellos impidiendo su amor.
Amor espiritual
Este beso romántico, además, expresaba un amor espiritual. De hecho, las mujeres a las que iban destinados los besos del amor cortés no eran mujeres a las que se las alababa única y exclusivamente por su atractivo sexual. En cierto, aquellas mujeres eran mujeres angelicales que parecían estar más allá (o más acá) del sexo. Así, el beso era un camino hacia el amor espiritual, hacia la comunión enamorada de las almas.
La del beso como acción romántica por naturaleza es, sin duda, una concepción eminentemente platónica. El beso romántico que saca a la pareja del tiempo y la coloca en un tiempo especial y único que sólo pertenece a ellos tiene un algo de ideal que sólo puede derivarse de las doctrinas platónicas. El beso en los labios es, sin duda, el momento romántico por excelencia de la relación entre las personas. Si en todo amor y en todo romance hay un algo de idílico que acaba afectando a toda nuestra manera de estar en el mundo, qué duda cabe que el beso es la expresión plástica de ese ideal. Después de todo, el beso activa en nuestro cuerpo reacciones químicas diversas. Dos de ellas, las de la liberación de oxitocina y endorfinas son fundamentales para aliviar nuestros niveles de estrés y hacernos sentir bien con nuestro cuerpo. De hecho, pocas cosas son tan efectivas contra la depresión como un buen subidón de endorfinas.
Más allá de sus efectos médico-sanitarios, hay que valorar ante todo que el beso romántico, ese subversivo que ha servido de fuente de inspiración y de motivo principal para tantas obras artísticas (desde El beso robado de Fragonard hasta el famoso cuadro de Gustav Klint, desde las obras dedicadas al ósculo por pintores como Picasso, Toulousse-Lautrec o Hayez hasta la escultura de Rodin o la mítica fotografía de Doisneau) es quien da a las relaciones íntimas un valor que hace que éstas puedan ubicarse más allá de los actos propios y derivados del simple deseo sexual. Y es que, aunque pueda resultar difícil aceptarlo, existe vida más allá del sexo. Eso sí, si quieres ser un verdadero maestro en el arte del sexo debes conocer a la perfección los principales fundamentos del arte de besar.